La capital del Imperio Azteca fue Tenochtitlán, una ciudad extraordinaria que prosperó entre los siglos XIV y XVI. Estaba situada en una isla en medio del Lago Texcoco en lo que hoy es la Ciudad de México. Fundada alrededor de 1325, Tenochtitlán se convirtió en un poderoso centro político y cultural, y fue célebre por su ingeniería avanzada, arquitectura y diseño urbano organizado.
Tenochtitlán fue construida utilizando una serie de caminos y canales que facilitaron el transporte y el comercio, representando una impresionante hazaña de ingeniería. La ciudad fue diseñada con un patrón en forma de cuadrícula, con importantes templos, palacios y áreas residenciales. Entre las estructuras más notables se encontraba la Gran Pirámide de Tenochtitlán, también conocida como el Templo Mayor, que servía como el templo principal dedicado a los dioses Huitzilopochtli y Tlaloc.
En su apogeo, Tenochtitlán albergaba alrededor de 200,000 habitantes y era una de las ciudades más grandes del mundo en ese momento. Sus calles vibraban con la actividad de los mercados, donde se comerciaban bienes como textiles, cacao y alimentos. Los bulliciosos mercados, hermosos jardines y majestuosos edificios establecieron a Tenochtitlán como una maravilla del mundo antiguo, un lugar donde el arte y la cultura prosperaban.
Sin embargo, la ciudad encontró su fin en 1521 cuando los conquistadores españoles liderados por Hernán Cortés la atacaron y la capturaron. La caída de Tenochtitlán marcó el fin del Imperio Azteca y un punto de inflexión significativo en la historia de las Américas. Los españoles destruyeron muchos de los edificios y reutilizaron los materiales para construir la Ciudad de México. Hoy en día, se pueden encontrar restos de la antigua ciudad en la moderna metrópoli, recordando a los visitantes su rico legado histórico.
El legado de Tenochtitlán sigue siendo una parte integral de la identidad mexicana. Su historia se celebra a través de diversas expresiones culturales, incluyendo festivales, literatura y arte. Las ruinas del Templo Mayor y otros sitios arqueológicos son un testimonio de la ingeniosidad de la civilización azteca, preservando su memoria para las futuras generaciones.