El último zar de Rusia fue Nicolás II, quien reinó desde 1894 hasta su abdicación en 1917. Su reinado marcó el final de más de tres siglos de dominio de la dinastía Romanov en Rusia. Nicolás II nació el 18 de mayo de 1868 en Tsarskoye Selo, cerca de San Petersburgo. Se convirtió en zar tras la muerte de su padre, Alejandro III, con el objetivo de defender el sistema autocrático que había estado en funcionamiento desde la época de sus antepasados.
Durante el reinado de Nicolás II, Rusia enfrentó varios desafíos, incluyendo derrotas militares, descontento político y conmociones sociales. La crisis más notable fue la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), que terminó en una humillante derrota para Rusia, despertando el descontento nacional. Esto llevó a la Revolución de 1905, que obligó a Nicolás a conceder el Manifiesto de Octubre, que ofrecía reformas constitucionales limitadas, aunque siguió comprometido con la autocracia.
La Primera Guerra Mundial agravó aún más la agitación. La participación de Rusia en la guerra trajo un sufrimiento inmenso, grandes pérdidas militares y exacerbó las escaseces alimentarias, lo que llevó a hambrunas y descontento popular generalizado. A principios de 1917, ante revoluciones y huelgas, Nicolás II abdicó el trono el 15 de marzo, marcando el fin de la dinastía Romanov.
Tras su abdicación, Nicolás II y su familia fueron puestos bajo arresto domiciliario. En julio de 1918, durante la Guerra Civil Rusa, fueron ejecutados por fuerzas bolcheviques en Ekaterimburgo. El reinado de Nicolás II, y especialmente su abdicación, se consideran a menudo momentos clave en la historia rusa, transformándola de un reino imperial a una república. Su legado sigue siendo controvertido, ya que algunos lo ven como mártir, mientras que otros lo consideran un símbolo de los fracasos del régimen imperial. En el año 2000, la Iglesia Ortodoxa Rusa lo canonizó a él y a su familia como mártires, lo que subraya la complejidad de su legado en la Rusia contemporánea.